Uno vuelve siempre a donde amó la vida



Esta mañana me he levantado turbada por la distancia física que me separa de la persona que más quiero en el mundo, aunque acabo de hablar con ella, y decidí ponerme a recoger correos para que esa ansiedad no se apoderara de mí. Navegando di con el blog de mi amigo Jesús y encontré esta canción que ahora os dejo aquí de Mercedes Sosa, y fue como un preludio de las ansias que llevo dentro. Recordé viejos amores y grandes amigos que quedaron en el camino y con ellos, las pequeñas cosas que fueron grandes porque fueron compartidas y la nostalgia se apoderó de mí en un instante. Uno vuelve siempre a los mismos sitios donde amó la vida y entonces comprendes como están de ausentes las cosas queridas. Es cierto.

Es curioso comprobar cómo la vida nos va guiando, sin apenas darnos cuenta, hacia otros lugares, otras personas, otras cosas; y las vivimos de nuevo, las gozamos y tratamos de enriquecernos con ellas, dejando atrás todo lo vivido, sin apenas darnos cuenta, sin cuestionarnos si es eso lo que realmente queremos, sin pensar que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo y todo queda como si nunca hubiera sucedido. Seguimos nuestra senda, nuestro día a día, nuestra rutina tratando de apartar el pasado y de encontrar en camino a la felicidad sin reparar en que, como decía Paco, tal vez no hagamos otra cosa que arañar la vida para no darnos cuenta de lo que estamos viviendo. Un día, de repente, algo nos vuelve a conectar con aquellos que dejamos lejos y como una nube ingrávida, cargada de lluvia, nos los trae a la memoria tal vez para recordarnos que no estuvimos solos, que hubo gente a la que importábamos y mucho, y nos vuelven a la mente sus caras, sus aromas, sus voces -unas caras, unos aromas y una voces que fueron únicas-, y vuelves a sentir las ilusiones de aquel tiempo y revives sus momentos felices, porque lo feliz nunca se olvida, y el alma se te achica al comprobar que ya no están a tu lado.

Esas gentes que aterrizaron en nuestras vidas cargadas de "pequeñas cosas", que nos hicieron sentir plenos, únicos en el barullo de este universo que nos tocó vivir y que acabaron siendo el pilar que nos sustentaba, ya no están, se fueron o los echamos como un niño pequeño que da patadas a su carrocho sin comprender que es él precisamente el que le hace reir todos lo días. Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas que fueron la razón de tu vida. Pasa el tiempo y de nuevo una sonrisa, una frase escuchada en tiempo y forma, un día luminoso, el aroma a azahar, una canción, una mirada lejana, la estela de aquel perfume que tan bien lucía en su piel... los acercan a tu mente y trato de atarlos para que no se me vuelvan a escapar, sin darme cuenta que jamás una mano pudo mantener el agua de un río, o tal vez del mar, por muy cerrada que la tengas. Se han ido para siempre.



Por un instante siento el vacío de su ausencia y esas cosas simples quedan doliendo en el corazón.

Me detengo y pienso cómo pudieron quedar atrás las alegrías y esperanzas, los alborotos y los llantos, tantos gozos y tantas sombras... sin que ninguno hiciéramos nada por remediarlo; me pregunto dónde guardo ahora mis recuerdos; cómo he podido vivir estos años sin contacto con aquel presente; dónde se alberga mi unión con ellos, dónde la quimera de volverlos a ver, y no encuentro la respuesta. Efectivamente, nuestro presente es el resultado de nuestro pasado, y resuelvo que quiero conservarlo -bajo llave para que nadie pueda acceder y dejarme sin él, sin sus recuerdos-, porque no quiero que mis pequeñas cosas las devore el tiempo.

Que tengáis un buen día.

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