MOTIVOS

Hoy he estado preparando algunas partituras para los próximos conciertos y, rebuscando entre los recuerdos, he encontrado una foto de mi antigua pandilla. Ver y sentir un golpe de nostalgia ha sido todo uno y, de repente, he sentido un deseo irrefrenable de oír algunas de las muchas canciones que compartíamos, especialmente los boleros.

Es curioso lo que hace en nosotros un simple recuerdo, detalles que en otros pasan desapercibidos, pero que en nosotros cobra una vida inmensa llena de sonidos, aromas y un sin fin de sensaciones.

En ese momento decidí pausar mi búsqueda, sentarme en mi mejor sillón, y disfrutar de aquellos sones que traen hasta mí el confortable "sabor" de mis amigos.

Os cuento:

A los 13 años me matriculé en clases de guitarra, nunca fui nada importante en estas lides, pero me sirvió para poder defenderme y cantar sola o pasar buenos ratos con mis amigos.

Al tiempo de aquel aprendizaje, enseñé a mi hermano Emilio las notas y los acordes más básicos, algún estudio de guitarra y melodías archi conocidas por todos los que teníamos la osadía de acariciar aquel sexteto de cuerdas: La malagueña, romance anónimo, etc.  Desde aquel momento, mi guitarra se hizo una extensión del brazo de mi hermano  y comenzó a tocarla, autodidacta, pero aquello sonaba de maravilla (como todos los instrumentos que más tarde cayeron en sus manos, porque tiene magia en ellas y la música le vibra sola)

Poco después, nos "alistamos" (Emilio y yo siempre fuimos hermanos y amigos) en una pandilla de gente maravillosa, algunos de ellos aún hoy forman parte de nuestras vidas, y en  otras un poco más pasajeras pero no por ello menos importantes: nuestra gente con la que subíamos a esquiar y otra con la que compartíamos cocacola, risas, montaña, deporte y canción.

Esta última es la que esta tarde Lucía me ha traído a mis recuerdos porque, aunque se disolvió, su imagen y aquel sentir infinito de adolescente permanece inalterable, ajeno a la edad y al tiempo.

Hablo de Javier Olmedo, de  Jose Antonio Murcia Delgado, Rafael Martin, y Miguel Ocaña. Nosotros éramos amigos, pero siempre hubo algo más entre todos porque la música une y distingue del resto del mundo.

El centro de reunión siempre fue mi casa o nuestro chalet, el de mis padres, porque ellos se divertían viéndonos y oyéndonos, estaban tranquilos con las amistades que habíamos elegido y con tenernos a todos en casa, adoraban todo lo que saliera de nuestros amigos y nos daban libertad de acción dentro -la libertad que en nuestros tiempo teníamos que era ninguna, pero al menos nos dejaban cantar y jugar a cosas tontas como al mentiroso, a las películas... ¡qué gracia me hace recordar ésto!, ¡éramos tan grandes y, sin embargo, tan pequeños! Con una cocacola, una excursión a la fuente de la estrella y una guitarra en casa, en "Las Murallas", o en el "Félix" de Mariana Pineda, daba igual, nos llevábamos genial y éramos felices-. Cantábamos sin descanso  temas sudamericanos y cada uno tenía su misión en el grupo.

EMILIO: A Emilio lo apodaban "El Chileno", Era guapo y callado, grandes ojos de mirada enigmática y penetrante. En sus actuaciones siempre llevaba una cinta sobre la frente, que aparecía sugerente entre su melena castaña y ondulada, lo que lo hacía más interesante aún para el género femenino.

Mi prodigioso y autodidacta hermano Emilio tenía la humildad que portan las personas solitarias e inteligentes. Su destreza en el aprendizaje y en la ejecución de todos los instrumentos que caían en su mano era admirable. Él se encargaba de los punteos de intruducción a la melodía y arpegios en la guitarra, la bandurria, los ritmos en el timple, el ukelele o el charango, además de los solos y acompañamientos con la flauta dulce, la quena y el sicus; también cantaba y lo hacía tímido,  con una voz de bajo maravillosa. Sus grupos favoritos: Atahualpa yupanqui, Los Calchakis, sus canciones favoritas: Basija de barro, El Pájaro Campana o El Condor pasa. Él los había sacado "de oído" y trascrito como si de un músico se tratara, a una partitura escrita en pentagramas reales (yo alucinaba, porque él no sabía más música que yo, ni una sóla nota más de la que de modo imperativo, habíamos aprendido en la Escuela Universitaria Magisterio, donde ambos estábamos matriculados, aunque en distintas especialidades: él francés; yo, en inglés; sin embargo, con una  base tan inconsistente, él había construido toda una red musical que yo ni soñaba, había sido capaz de oir una canción tan tremendamente rápida y complicada como es El Pájaro Campana y podido plasmarla en un papel de forma erudita) También adoraba todo lo que nos traían Los Sabandeños con su música canaria y sus voces tan armoniosamente empastadas.... y sobre todo: los Panchos... sus boleros.

JAVIER. Javi era de esas personas imprescindibles en un grupo, bien formado, deportista, vital, dinámico, simpático y cuyos ojos tampoco pasaban inadvertidos, porque Javier sonreía mostrando siempre sus impecables dientes blanquísimos pero sobre todo, sonreía con la mirada. En el grupo, Javi personalizaba el ritmo vivo, de sus manos nacía  música permanentemente, aunque sólo tuviera el volante o el salpicadero de su coche bajo ellas. Tocaba la guitarra, el timple y el ukelele. Su música favorita: las sambas, cuecas, sevillanas y Los Panchos, sobre todo... boleros.

PEPE, como siempre le llamamos era el bonachón del grupo, un chico muy serio y muy responsable que disfrutaba con las "gamberradas" de sus amigos, a los que siempre les fue fiel. Pepe era la Percusión. yo no lo sabía hasta que por primera vez lo oí acompañar al grupo y me parecía increible que, alguien tan formal se uniera a un grupo tan heterogéneo. Él tambiién era partícipe de los gustos de sus dos grandes amigos, Emilio y Javier.

RAFA, Angi como le llamábamos, era el "todo terreno", él tocaba la guitarra y cantaba, Era alto, simpático, guapo, abierto y muy hablador, además... "hablaba fino" porque su familia no era de Granada, y ya se sabe que en Granada, el que habla fino, triunfa! jajaja. y él triunfaba siempre, se llevaba de calle a quién él se propusiera. A él le gustaba cantar y punto, daba igual lo que hubiera que hacer, sólo le interesaba saber qué canción había que aprenderse o cantar.

MIGUEL, era la voz. Yo adoraba que me cantara al oido cuando bailábamos en alguna ocasión especial, porque su voz me transportaba. Miguel tenía una voz aflamencada, pero eso no era óbice para que sonara a gloria cantando cualquier otra cosa, sobre todo... boleros.

Os estaréis preguntando.. ¿Y, tú? ¿Qué hacías tú entre tanto chico? jajaja, ¡Pues eso digo yo! Jajaja. Ahora lo pienso, pero la verdad es que entonces ni nos lo cuestionábamos, ellos eran mis amigos de verdad, compartíamos ilusiones, risas, canciones, tardes de domingo o soles de primavera;  formábamos un tandem en el que no se tenía en cuenta si yo llevaba o no "pantalones". A todas partes íbamos juntos, menos a ligar como es obvio. jajaja. A mí me gustaba mucho cantar con ellos y yo siempre le hacía la primera voz a Javier cuando no estaba Miguel.

Tardes de domingo, risas, miradas cómplices, soles de primavera y siempre boleros al paso.
¡Que tiempos!

Un día, Javier entonó una canción exclusivamente para mí, yo adoraba a Javier y quise pensar que la había escrito rememorando algunos de los momentos que pasamos juntos, porque también él es poeta; se lo pregunté, él sonrió y siguió tocando y cantando sin dejar de mirarme. Teníamos 20 años y mucha vida por delante, y quise pensar que la respuesta era afirmativa. Luego supe que era una nueva canción de su repertorio, un bolero: "Motivos", pero no me importó porque aquel día Javier la cantó


 para mí.

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